Ayer cometí el error de no tomar el transporte público y
aventurarme a coger el coche para caer de lleno en la odisea de conseguir aparcar en Santa Cruz. Durante los más de treinta minutos, que me llevó
encontrar una plaza libre, me dio tiempo a pasar por la mayoría de las calles del centro y fijarme en la gran
cantidad de agentes de la Policía Local de Santa Cruz poniendo multas por mal
aparcamiento.
Los mentideros hablan de un afán recaudatorio -por parte de la institución- en
determinadas épocas del año; pero en contra de este pensamiento he de decir, que
por norma general, la gente no tiene miramientos a la hora de aparcar. Mientras
unos nos molestamos en recorrer toda la ciudad, otros apagan el motor en el lugar
que mejor les conviene. A partir de aquí, son habituales los vehículos en las plazas
de minusválidos, pasos de peatones, líneas amarillas… y oye, eso no se puede
consentir.
¡Claro!Los agentes deben hacer su labor, no es algo que llevan a cabo por
inspiración mañanera, sino porque así lo ha determinado la Dirección General de
Tráfico y así, se supone que lo hemos interiorizado todos los que tenemos
carnet de conducir. No es plato de buen gusto, que bloqueen la salida de tu garaje,
haciéndote perder el tiempo que no han querido gastar otros; o en el caso de los peatones, exponerte al peligro de pasear por la vía porque hay un automóvil
subido a la acera impidiendo el paso.
Al final, como vengo denunciando habitualmente en este blog, se resume en una creciente
tendencia a olvidar las prácticas cívicas necesarias para el clima de orden y
respeto, que debe poseer cualquier sociedad; perderlas significa una involución,
que terminará provocando una situación caótica e insostenible.