Ayer por la mañana aproveché que el lago de la plaza de España estaba vacío para pasear por su
interior y traer a la mente recuerdos de mi niñez, recuerdos que quedaron
sepultados bajo el nuevo pavimento que sustituyó al deteriorado asfalto sobre
el que rodaban nuestras bicicletas y coches teledirigidos, caían los millitos
que le echábamos a las palomas y botaban los balones cuando jugábamos a fútbol.

Es cierto que la actual plaza no me llega a desagradar del todo pero prefería mil
veces la otra, sobre todo por su funcionalidad. Ya no disfrutaremos esa mezcla de música y olorcito a comida cuando montaban
el escenario, los kioscos y carpas en Carnavales. Difícilmente, los guerreros que rodean el Monumento a los Caídos volverán a ser espectadores de grandes conciertos o testigos de como un padre enseña a su hijo a montar en bici.
Si nos fijamos, aproximadamente el 60% de la plaza lo ocupa el lago, charco o charca -como lo
deseéis llamar-. Cuando está lleno se ensucia con facilidad, cuando está vacío
pierde su razón de ser; así que ninguna de las dos opciones parece satisfacer
a los chicharreros. Quizás es tarde para quejarse, pero ese breve paseo por el medio del lago, fue
lo suficientemente largo, para lamentar que los jóvenes del presente y del futuro
inmediato no puedan disfrutar de la plaza de España como la disfrutamos muchos
santacruceros.

Escrito por: CARLOS MIRABAL