La emoción y la ternura, que en su tiempo despertó la
película de La Bella y La Bestia, se
han convertido en realidad y han deleitado a niños y mayores en el Auditorio de
Tenerife Adán Martín
. Nunca olvidaremos ese cuento que nos narraba sobre un
príncipe, que es convertido en una horrible bestia debido a su carácter
caprichoso y soberbio, y sobre una joven pueblerina que mirará más allá de su
apariencia física y conseguirá llegar a su solitario corazón, porque, al fin y
al cabo, “la belleza está en el interior”


Con la banda sonora original de la película como base, el
musical, a primera vista, prometía transportarnos de nuevo a la humilde aldea
de Bella y al tenebroso castillo de Bestia. Como historia, cumple con creces,
con carcajadas aseguradas en cada escena, gracias a esos simpáticos personajes
secundarios que con tanto cariño recordamos, como el candelabro con acento
francés, Lumière, o el simpático reloj mayordomo, Din Don. Sin embargo, la
mayor parte de los diálogos están copiados íntegramente de la película, así que
no se puede contar con demasiada originalidad en este sentido. Sí que es cierto
que han sido escritas nuevas canciones, sobre todo para intentar alargar el
musical, pero que no tienen esa magia que lograba transmitirnos la música
concebida para la cinta de Disney.

Las coreografías tampoco son el punto fuerte de este
musical. No esperéis deleitaros con cada número de baile, porque la belleza de
las canciones reside más bien en las letras. Quizás cabría destacar el número
en la taberna, con la canción de “Gastón”, o “¡Qué festín!”, cuando Bella se
dispone a cenar. En general, un espectáculo con muchas luces y confeti, pero
poco más. Eso sí, reconozco que me emocioné cuando Bella y Bestia se encuentran
en el salón para bailar, mientras la Sra. Potts canta ese precioso tema que le
da título a la historia.

En cuanto a los actores, en general todos realizan unas
excelentes interpretaciones. Especial atención me merece el dúo formado por
Lumière y Din Don, quienes llevan a sus espaldas la gran parte de las escenas
humorísticas. Pero no puedo olvidarme de dedicarle una reverencia al gran
Daniel Diges, quien interpreta a Gastón. Tan presumido y patán como malvado, su
personaje me encantó incluso más que el de la película. El premio a los
personajes más tiernos se lo llevan la Sra. Potts y su hijo Chip, un simpático
niño canario elegido para interpretar a la pequeña taza de té, y al que,
además, le han hecho hueco en una de las canciones para que demuestre sus
habilidades para cantar; simplemente adorable.  
Y no puedo terminar sin hablar de los decorados y el vestuario,
lo mejor del musical, todo hay que decirlo. La aldea de Bella quizás era más
simple, pero todo cambia en el castillo de Bestia, con decorados, tan
impresionantes como terroríficos, situados sobre plataformas giratorias. Era
genial ver a los personajes moviéndose por el escenario mientras las paredes se
movían solas y dejaban al descubierto unas escaleras guardadas por inertes
armaduras de metal. En verdad daba la sensación de estar mirando directamente al
interior de la morada de la Bestia. Pasando al vestuario, esa encantadora
mezcla entre los trajes de época, y los detalles de elementos inanimados,
captaba a la perfección a esos híbridos entre humanos y objetos que, al fin y
al cabo, eran los sirvientes del castillo. Interesante el caso del vestuario de
Lumière cuyos brazos, formados por dos velas, realmente se encendían cuando él
lo deseaba.     

Sin duda, esta historia de amor sigue siendo considerada por
muchos una de las más hermosas de todos los tiempos. Con momentos hilarantes,
emotivos e impactantes, seguro que este espectáculo logrará que más de uno
vuelva a su más tierna infancia, y recuerde aquellas palabras con las que
empezaba este cuento: “¿Quién puede amar a una bestia?”. 

 Escrito por: ESTEFANÍA SANTANA